21 de julio de 2009

Las manos de Rembrandt



Las manos del Padre son el centro del cuadro de Rembrandt porque en ellas se concentra toda la luz.
Al decaer el éxito y disminuir el esplendor de su vida el artista se hace más consciente de la inmensa belleza de la vida interior. Su arte ya no trata de conquistar y regular lo visible sino de transformar esta parte visible en el fuego del amor que surge de un corazón excepcional.
Las manos del padre casi ciego ven mucho más. Es la mirada de un padre que da el don de la libertad a sus hijos. Cuanto hubiera deseado advertir a sus hijos de los peligros que les acechaban fuera y convencerles de que en casa podían encontrar todo eso que estaba buscando y cuanto hubiera deseado tenerlos cerca pero su amor es demasiado grande para esto. No quiere forzar ni obligar o empujar. Quiere que sus hijos sean libres para amar. Esta libertad incluye la posibilidad de que se vayan a un lugar lejano.Retrata a un padre que sólo quiere ofrecer amor que pueda ser recibido libremente, que sufre cuando sus hijos le honran con sus labios pero sus corazones estan lejos. El dolor es tan profundo porque el corazón es muy puro.
El padre quiere decir más con sus manos que con su boca. Observemos la diferencia entre la mano izquierda, que sostiene, de la derecha, que acaricia. Este Padre consigue tocar a su hijo de dos maneras diferentes. Con una mano masculina asegura y sujeta; con la femenina mima y consuela.

Sólo me hago eco de algunas de las meditaciones de JM.Nouwen que relató la maravillosa experiencia que tuvo con este cuadro en San Petesburgo.



Rembrandt vió morir a tres de sus hijos y a las dos mujeres con las que vivió antes de pintar este Regreso del Hijo Pródigo. Pero lejos de transmitir desazón parece un cuadro lleno de Paz y hasta de alegria, de la alegria de la paternidad, que, en ese momento va más allá del placer del hijo caprichoso, porque va más allá de la soledad

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