. . . me la llevaré al desierto
y le hablaré al corazón.
Allí le devolveré sus viñedos,
y convertiré el valle de la Desgracia
en el paso de la Esperanza.
Allí me corresponderá, como en los días de su juventud,
como en el día en que salió de Egipto.
En aquel día —afirma el Señor—,
ya no me llamarás: “mi señor”,
sino que me dirás: “esposo mío”.
Te quitaré de los labios el nombre de tus falsos dioses,
y nunca más volverás a invocarlos.
Aquel día haré en tu favor un pacto
con los animales del campo,
con las aves de los cielos
y con los reptiles de la tierra.
Eliminaré del país arcos, espadas y guerra,
para que todos duerman seguros.
Yo te haré mi esposa para siempre,
y te daré como dote el derecho y la justicia,
el amor y la compasión.
(Oseas 2, 14)
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