De cuanto rayo del astro mana
que alumbra este discurso de los años,
un círculo de chopos y castaños
resguarda con su sombra una fontana.
Por dentro, en la espesura, vense apenas
los tenues resplandores de frescura
que brotan de su boca con la oscura
claridad de la piedra y las arenas.
En forma se presenta de paloma
-volante lámpara o vergel alado-
la Amada ante el viajero iluminado
que toma de Su pico, en donde asoma,
la rama de un olivo que le ofrece;
mas no se extraña Omar de Su apariencia,
pues ha tenido múltiple vivencia
de cómo lo pequeño, en breve, crece,
y cómo a un tiempo, siendo cuerpo, es luz;
del estar juntamente cerca y lejos
o aquel tornarse en ave los reflejos
que vienen luego a ser astas de cruz,
al par que pájaro y jardín no cesan;
todo sin confusión unificado,
uno y diverso, así diferenciado
cual los labios de amantes que se besan.
Un signo de favor era la rama
del árbol bendito que nos da la oliva,
de la cual -refinada su saliva-,
el aceite se extrae que da la llama.
En éstas y otras cosas verifica
que pruebas de razón son sólo el velo
de más alto saber que oculta el celo
de Aquella que le mata y resucita.
¡Omar! ¡Despréndete de la coraza!
Ya basta de esconderte a su resguardo.
¡Abre tu pecho a Su certero dardo!
Tú eres la presa, el cazador, la caza.
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